Muchas personas descartan alimentos mucho antes de que dejen de ser aptos para el consumo, impulsadas por el temor a las fechas de caducidad. Sin embargo, la realidad es que numerosos productos conservan sus propiedades nutricionales e inocuidad incluso después de la fecha indicada en el envase, pudiendo experimentar solo cambios en sabor o textura sin representar un riesgo para la salud. A menudo, estas fechas se refieren a la calidad óptima y no a la seguridad del producto. El desperdicio de alimentos es un problema global con graves repercusiones económicas y ambientales, estimándose que a nivel mundial se pierde o desperdicia cerca de un tercio de los alimentos producidos anualmente, lo que se traduce en pérdidas económicas de miles de millones de dólares y una contribución significativa a las emisiones de gases de efecto invernadero.
Comprender qué alimentos tienen una vida útil prolongada es clave para optimizar nuestro presupuesto y reducir el desperdicio alimentario. Tres ejemplos notables de longevidad en la despensa son la sal, el azúcar y la miel. Con un almacenamiento adecuado en recipientes herméticos y protegidos de la humedad, la sal y el azúcar prácticamente no tienen fecha de caducidad y pueden conservarse durante décadas sin perder calidad. La miel, por su parte, posee una vida útil casi ilimitada debido a su bajo contenido de agua y acidez natural, que inhiben el crecimiento de microorganismos. Conservar la miel en un frasco bien cerrado a temperatura ambiente y en un lugar seco asegura su seguridad y calidad incluso después de años. Adoptar estas prácticas permite ahorrar dinero al evitar compras innecesarias y contribuye a un sistema alimentario más sostenible, reduciendo significativamente el desperdicio al aplicar un juicio basado en la observación (olor, textura, apariencia) en lugar de seguir rígidamente las fechas de caducidad.