Portugal se enfrenta a una crisis de incendios forestales sin precedentes este verano, con más de 216.000 hectáreas consumidas por las llamas. Esta cifra, que duplica con creces la superficie afectada durante el mismo período de 2024, subraya una escalada alarmante en la actividad incendiaria, reflejando una tendencia preocupante de eventos extremos cada vez más frecuentes e intensos en la región mediterránea.
Expertos señalan que el cambio climático, exacerbado por olas de calor prolongadas y condiciones de sequía, crea un entorno propicio para la rápida propagación de estos desastres. La devastación ha cobrado un alto precio humano, con al menos dos fallecimientos confirmados. El exalcalde Carlos Damaso perdió la vida mientras combatía un incendio en su parroquia, y el bombero Daniel Bernardo Agrelo pereció trágicamente en un accidente de tráfico mientras se dirigía a sofocar un foco. Estas pérdidas subrayan los peligros extremos a los que se enfrentan quienes luchan en primera línea contra el fuego, así como la vulnerabilidad de las comunidades afectadas.
Actualmente, alrededor de 2.600 bomberos, apoyados por 20 aeronaves, están desplegados en la lucha contra los incendios generalizados. La magnitud del desafío ha llevado a Portugal a activar el Mecanismo de Protección Civil de la Unión Europea, facilitando el despliegue de recursos aéreos adicionales de Suecia y Marruecos para reforzar los esfuerzos nacionales. Esta colaboración internacional es un testimonio de la solidaridad europea ante crisis de esta naturaleza, aunque la escala del problema exige una respuesta coordinada y sostenida.
El análisis de tendencias históricas revela que Portugal ha experimentado un aumento significativo en la intensidad y frecuencia de los incendios, particularmente desde 1990, revirtiendo una tendencia previa de expansión forestal. Factores como el abandono rural y la acumulación de combustible vegetal, combinados con condiciones meteorológicas extremas, han creado un panorama de alto riesgo. La respuesta a esta crisis no solo implica la extinción de los fuegos activos, sino también una reflexión profunda sobre la gestión forestal a largo plazo y las estrategias de adaptación climática para construir una mayor resiliencia en el futuro. La nación se encuentra en un momento crucial, donde la acción colectiva y la previsión son esenciales para mitigar los impactos y proteger su invaluable patrimonio natural y humano.