Durante décadas, la recomendación nutricional predominante fue evitar la leche entera, asociándola a riesgos cardiovasculares debido a su contenido de grasas saturadas. Sin embargo, investigaciones recientes están reevaluando esta perspectiva, sugiriendo que la relación entre la grasa láctea y la salud del corazón es más compleja de lo que se pensaba. Algunos expertos, como Dariush Mozaffarian, director del Instituto de Nutrición de la Universidad de Tufts, señalan que la «condena incorrecta» de la grasa láctea, que comenzó en la década de 1980, podría ser reconsiderada. Estudios publicados en revistas como The Lancet indican que el consumo de productos lácteos en general, incluyendo la leche entera, podría estar asociado con un menor riesgo de mortalidad prematura y eventos cardiovasculares, como infartos y accidentes cerebrovasculares. Esta evidencia desafía la creencia arraigada de que todas las grasas saturadas son intrínsecamente perjudiciales; de hecho, algunas investigaciones sugieren que las grasas presentes en la leche entera podrían tener un efecto neutro o incluso protector en la salud cardiovascular, especialmente en comparación con las grasas saturadas de otras fuentes. La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) también ha señalado la mejora en la calidad de la leche entera en España, sin detectar aditivos no deseados en análisis recientes.
La clave parece residir no solo en el tipo de grasa, sino en el patrón dietético general. Expertos como Walter Willett, profesor de epidemiología y nutrición en Harvard, enfatizan que la elección entre leche entera o descremada es menos crucial que considerar qué otros alimentos reemplazan las calorías. Priorizar alimentos integrales, frutas, verduras y fuentes de proteína vegetal, junto con un consumo moderado de lácteos, parece ser la estrategia más beneficiosa para la salud cardiovascular. Por ejemplo, un estudio publicado en el European Heart Journal en 2019 mostró que el consumo moderado de productos lácteos, incluyendo leche, queso y yogur, se asocia con un menor riesgo de enfermedades cardíacas.
Además, los lácteos fermentados, como el yogur y el kéfir, están ganando reconocimiento por sus beneficios. Estos productos, al contener cultivos vivos, no solo son más fáciles de digerir para personas con intolerancia a la lactosa, sino que también promueven una microbiota intestinal saludable y fortalecen el sistema inmunológico. La fermentación láctica transforma la lactosa en ácido láctico, mejorando la digestibilidad y la biodisponibilidad de nutrientes esenciales como el calcio y las vitaminas del grupo B. Además, un metaanálisis de 2020 sugiere que los niños que consumen leche entera tienen un menor riesgo de sobrepeso en comparación con los niños que consumen leche desnatada.
En definitiva, la ciencia actual sugiere un enfoque más matizado sobre el consumo de leche entera. Lejos de ser un alimento a evitar categóricamente, su consumo moderado, dentro de un patrón alimentario equilibrado y diverso, podría formar parte de una dieta cardiosaludable. La conversación sobre la nutrición evoluciona, invitándonos a mirar más allá de los componentes aislados y a considerar la complejidad de los alimentos en el contexto de nuestra dieta general.