Un potente sistema de baja presión, bautizado como la Tormenta Alice, descargó precipitaciones extremas y torrenciales a lo largo de la costa oriental de España entre el 7 y el 13 de octubre de 2025. Este fenómeno meteorológico, catalogado como una Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA), obligó a las autoridades a activar alertas rojas por riesgo máximo en provincias clave del Levante, incluyendo Valencia, Murcia, Alicante y Cataluña. La magnitud del diluvio puso a prueba la capacidad de respuesta regional, siendo la comarca de Tarragona, en Cataluña, la zona que experimentó el embate más severo de las aguas turbias en diversas áreas localizadas.
Localidades como La Ràpita y Santa Bàrbara presenciaron cómo sus calles se convertían rápidamente en torrentes intransitables, arrastrando vehículos a su paso. La estación de monitoreo de Montsià, situada cerca de Santa Bàrbara, registró un pico de acumulación impresionante: 300 litros de lluvia por metro cuadrado. Esta cifra ilustra la ingente cantidad de agua caída en un periodo de tiempo muy concentrado. Durante la fase crítica de la emergencia, los equipos de respuesta y salvamento trabajaron sin descanso en las zonas afectadas, priorizando la seguridad de los ciudadanos y comenzando las tareas iniciales de mitigación y limpieza.
La interrupción causada por la tormenta impactó gravemente arterias de tránsito vitales, cortando enlaces económicos y sociales esenciales. La línea ferroviaria del Corredor Mediterráneo, una infraestructura crucial que conecta centros neurálgicos como Barcelona y Valencia, sufrió una suspensión indefinida de sus servicios. Adicionalmente, tramos significativos de la autopista AP-7, específicamente entre Freginals y Ulldecona, quedaron inutilizables. Ante la gravedad de la situación, fue necesaria la intervención de personal militar para colaborar en las labores de despeje y restauración de la vía. Este colapso en las redes establecidas subraya la fragilidad de los sistemas interconectados frente a la fuerza de un único evento ambiental.
La presión atmosférica extrema de Alice también se hizo sentir en el archipiélago balear. El Aeropuerto de Ibiza se vio obligado a detener temporalmente todas sus operaciones. La inundación de las pistas provocó una cascada de cancelaciones de vuelos y retrasos sustanciales, evidenciando la rapidez con la que los planes de viaje pueden verse alterados. La intensidad de este patrón meteorológico se alinea con tendencias climáticas más amplias. Diversos estudios apuntan a un aumento en la frecuencia de los ciclones mediterráneos intensos, y algunas proyecciones modelan un incremento potencial de la intensidad de las precipitaciones de hasta un 15% en ciertas áreas para finales de siglo, enfatizando la necesidad imperiosa de una planificación de infraestructura con visión de futuro.