El Monte Etna, el volcán más activo de Europa, continúa con su patrón de erupción persistente, caracterizado por actividad efusiva y estromboliana. Las erupciones recientes se concentran en el Cráter del Sureste, desde donde se observa la emisión de lava desde un punto situado a aproximadamente 3.200 metros de altitud en el flanco sur del volcán. Esta lava se dirige hacia el suroeste, alimentando un flujo que ha sido detectado por el Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología (INGV) de Italia.
Se ha registrado actividad efusiva adicional desde un respiradero a 3.100 metros, con su frente de lava alcanzando los 3.050 metros. Otro respiradero a 2.980 metros presenta un flujo de lava cuyo frente se estima en unos 2.500 metros. Paralelamente, el Cráter del Sureste exhibe actividad estromboliana continua, con eyecciones de material piroclástico que superan el borde del cráter.
El monitoreo sísmico indica que la amplitud promedio del temblor volcánico se mantiene en niveles elevados, con fluctuaciones significativas en las últimas 24 horas. La fuente de este temblor se localiza bajo el Cráter del Sureste, a una profundidad aproximada de 3.000 metros sobre el nivel del mar. El INGV, a través de su Observatorio Etneo, confirma la persistencia de la emisión de lava y la actividad explosiva, utilizando datos de sismómetros y estaciones de GPS para comprender el movimiento del magma y anticipar posibles cambios en el comportamiento del volcán.
El Monte Etna, con una historia eruptiva milenaria, sirve como un laboratorio natural para el estudio de los procesos volcánicos. Su actividad constante no solo moldea el paisaje siciliano, sino que también proporciona valiosas oportunidades para la investigación científica, permitiendo a los expertos refinar modelos de predicción y comprensión de la dinámica interna de los volcanes. La vigilancia continua, que incluye el análisis de gases volcánicos y la deformación del terreno, es fundamental para evaluar los riesgos y garantizar la seguridad de las comunidades cercanas.