Los rarísimos espectros rojos iluminan el cielo de Omarama, Nueva Zelanda, en octubre de 2025

Editado por: Uliana S.

En octubre de 2025, un evento celestial extraordinario capturó la atención de los observadores en la Isla Sur de Nueva Zelanda. Los fotógrafos Tom Ray, Dan Zafra y Jose Cantabrana se encontraban en los pintorescos Acantilados de Arcilla de Omarama con la intención inicial de capturar la Vía Láctea. Sin embargo, su sesión fotográfica se transformó en el testimonio de uno de los fenómenos atmosféricos más esquivos y fugaces: los espectros rojos (sprites).

Estas descargas eléctricas gigantes, compuestas de plasma frío, se manifiestan a alturas impresionantes, alcanzando hasta 90 kilómetros por encima de los frentes de tormenta. La naturaleza de los sprites es extremadamente efímera; persisten durante apenas unos pocos milisegundos, lo que convierte su detección y documentación desde la superficie terrestre en una tarea ardua y dependiente de la suerte. El fotógrafo neozelandés Tom Ray fue quien identificó estas anómalas ráfagas escarlatas mientras revisaba meticulosamente el material destinado a su panorámica de la Vía Láctea. El descubrimiento, que reveló formas que recuerdan a medusas o columnas de luz carmesí, generó un entusiasmo inmediato en todo el equipo, dada la rareza del avistamiento.

El fotógrafo español Dan Zafra enfatizó la singularidad del logro, al conseguir una imagen que unía la majestuosidad de la Vía Láctea con la aparición simultánea de los esquivos sprites. Más allá de su belleza visual, estos fenómenos ofrecen una ventana crucial para la investigación de las capas superiores de la atmósfera terrestre. Es fundamental distinguirlos del relámpago convencional: mientras la electricidad de una tormenta se dirige hacia el suelo, los sprites ascienden vigorosamente, proyectándose hacia la mesosfera y la termosfera. Su característico tono rojizo, que les da nombre, se explica por la luminiscencia del nitrógeno en el entorno enrarecido de la atmósfera, un proceso que ocurre específicamente a una altitud aproximada de 70 kilómetros.

La confirmación de la existencia de estos fenómenos tiene una historia relativamente reciente. El primer registro documentado de este tipo de evento se remonta a 1989, cuando investigadores de la Universidad de Minnesota lograron capturarlos, inaugurando así un nuevo capítulo en la comprensión de la electricidad atmosférica. El astrónomo Ian Griffin, del Museo de Otago, corroboró la dificultad extrema de capturar estos eventos debido a su baja intensidad luminosa y su comportamiento inherentemente impredecible. A pesar de su rareza en la Tierra, los científicos han detectado espectros similares en la atmósfera de Júpiter, lo que sugiere que estos procesos físicos atmosféricos son fenómenos universales que trascienden las fronteras de nuestro propio planeta.

Fuentes

  • NDTV

  • NDTV

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