El vínculo entre los seres humanos y los perros constituye un testimonio de una coevolución profunda, un proceso durante el cual estos animales han desarrollado mecanismos de percepción singulares. Mientras que históricamente se asumía que la respuesta canina se limitaba exclusivamente al tono emocional, la evidencia científica contemporánea señala su capacidad para captar también el contenido semántico de las palabras. Este proceso intensivo se originó con la selección natural, que favoreció a los individuos más dóciles, lo que resultó en una interacción estrecha y una influencia mutua en el desarrollo evolutivo de ambas especies.
Neurobiólogos y etólogos del Laboratorio BARK, adscrito a la Universidad Eötvös Loránd en Budapest, están inmersos en investigaciones para determinar la profundidad con la que los perros logran penetrar en la esencia del lenguaje humano. El análisis de la actividad cerebral de estos animales al escuchar el habla ha puesto de manifiesto que son capaces de distinguir no solo unidades léxicas familiares, sino también patrones de entonación. Además, pueden diferenciar el habla en idiomas distintos, como, por ejemplo, el inglés del húngaro. Esto confirma la existencia de mecanismos neuronales específicos en los perros dedicados al procesamiento del significado del discurso, una comprensión que manifiestan a través de su comportamiento, en lugar de verbalmente.
Resulta sorprendente que esta habilidad para discernir información con significado se mantenga incluso cuando faltan las habituales «pistas» emocionales. Los experimentos llevados a cabo con diversas razas de perros han demostrado que los animales reconocen su propio nombre incluso cuando se pronuncia con un discurso monótono y carente de emoción. Más aún, el cerebro canino se activa de forma similar ante los sonidos de alabanza que ante la recepción de un cumplido genuino. También se ha corroborado su aptitud para correlacionar lo dicho con objetos específicos: la actividad cerebral experimentaba cambios al presentar una palabra seguida de la demostración de un objeto incorrecto, lo que reproduce una reacción de incongruencia similar a la humana.
Las investigaciones más recientes también resaltan las facultades cognitivas excepcionales de ciertas razas. Por ejemplo, ejemplares de Border Collie o Caniche pueden llegar a poseer un vocabulario que excede las 300 palabras. La comunicación canina es inherentemente compleja y abarca decenas de señales no verbales, incluyendo la posición de las orejas, la cola o el gesto de lamerse los labios como mecanismo para reducir la tensión. Es fundamental que reorientemos nuestra atención de la expectativa de una respuesta verbal hacia el fomento de un diálogo no verbal, empleando entonaciones y gestos claros, y evitando el aumento excesivo del volumen de voz, que es una fuente de estrés para el animal.
De cara al futuro, los neurolingüistas prevén la materialización de un «diálogo» directo facilitado por interfaces tecnológicas. Mediante estos sistemas, el animal podría expresar sus estados internos, como indicar «estoy aburrido», utilizando paneles especializados. Este paso hacia adelante está respaldado por desarrollos recientes: en 2025, se pusieron en marcha en Europa experimentos enfocados en el reconocimiento de las emociones caninas a partir de la entonación de sus ladridos, lo que representa la siguiente fase en la profundización de la comprensión interespecie.