Cómo preservar la alegría y la vitalidad en invierno: la psicología de la luz, el calor y los pequeños hábitos

Editado por: Liliya Shabalina

Cada año, con la llegada del frío y la reducción de las horas de luz, muchas personas experimentan una disminución notable de su energía, como si una parte de su vitalidad se desvaneciera junto con el sol. El estado de ánimo se vuelve más sombrío, el cuerpo se ralentiza y hasta las tareas cotidianas requieren un esfuerzo considerable. Los expertos denominan a esta reacción natural del organismo ante la menor exposición solar como **trastorno afectivo estacional** (TAE).

Sin embargo, si profundizamos en esta estación, el invierno no debería ser visto únicamente como un periodo de oscuridad. Es, en esencia, una época dedicada a la restauración, a la introspección y a un reinicio suave. Lo que en la naturaleza se detiene, no perece; simplemente acumula fuerzas para el próximo florecimiento. De manera similar, el ser humano está invitado por el invierno no a la melancolía, sino a la desaceleración y al retorno al propio ser.

Pequeños rituales, grandes anclajes de estabilidad

Los psicólogos enfatizan que mantener una rutina estable contribuye significativamente a mitigar la ansiedad y fortalece la sensación de control interno. Cada taza de café matutina, una breve caminata, un encuentro social o encender una vela al atardecer, funcionan como anclas que nos mantienen firmes en la calma. La importancia del ritual no reside en su magnitud, sino en su constancia. Es un recordatorio constante para el cuerpo y la mente: “Estoy aquí para ti. Todo está bien.”

La luz: la medicina natural por excelencia

Incluso cuando el cielo gris parece desalentador, dedicar al menos **20 minutos** al aire libre resulta crucial. La luz solar es fundamental para regular nuestro reloj biológico interno, lo que a su vez optimiza la calidad del sueño y eleva los niveles de serotonina. Si bien se pueden emplear lámparas de luz diurna, la opción más beneficiosa es aprovechar la ventana, las mañanas y el movimiento. La luz nutre no solo nuestros ojos, sino que también revitaliza nuestro estado de ánimo.

El tiempo personal como acto de cuidado

En el torbellino de la vida diaria, es fácil caer en la trampa de priorizar a los demás, olvidando que es imposible cuidar a otros si uno mismo está vacío. Intenta reservar y registrar tu tiempo personal en el calendario, tratándolo con la misma seriedad que cualquier otra cita o reunión importante. Esto no representa egoísmo, sino que constituye una higiene esencial del alma.

La fuerza de la conexión

A veces, basta con realizar tareas al lado de otra persona, ya sea de forma presencial o virtual. Esto se conoce como el método del **“body doubling”**: la simple presencia de un tercero proporciona un ritmo interno y ayuda a mantener el enfoque. Si a esto le añadimos una práctica compartida—como la lectura conjunta, una actividad creativa o una meditación nocturna—la energía colectiva se transforma en una terapia intrínseca.

Fluir en lugar de luchar

El estado de flujo (o *flow*) se alcanza cuando nos sumergimos por completo en una actividad que amamos. Durante el invierno, esto puede manifestarse a través del tejido, la cocina, la lectura, la música o la escritura; cualquier ocupación donde la noción del tiempo se disuelve. El flujo es una forma de silencio mental donde la alegría tiene la oportunidad de resurgir.

El invierno es tiempo de renovación

Cuando la oscuridad prevalece fuera de casa, es vital recordar que la luz no ha desaparecido, sino que se ha trasladado hacia nuestro interior. Cada jornada en la que elegimos la calidez en lugar del enfado, y la atención plena en lugar de la prisa, estamos cultivando nuestro propio sol interno. De esta forma, el invierno deja de ser un periodo de mera supervivencia y se convierte en una auténtica época de renovación.

Fuentes

  • HuffPost Greece

  • Psychology Today

  • StrIVeMD Wellness and Ketamine

  • The Recovery Village

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