Irán enfrenta una grave crisis hídrica que afecta a diversas regiones del país, incluyendo áreas urbanas y rurales. La disminución de las precipitaciones, el aumento de las temperaturas y la gestión ineficiente de los recursos hídricos han contribuido a esta situación crítica.
En la capital, Teherán, la subsistencia del suelo ha alcanzado tasas alarmantes, con hundimientos de hasta 22 centímetros anuales en algunas zonas. Este fenómeno ha dañado infraestructuras clave, como vías férreas y edificios históricos, y amenaza la estabilidad de la ciudad. Las autoridades han advertido sobre la posibilidad de reubicar la capital debido a las condiciones "inhabitables" resultantes de la crisis hídrica y la subsistencia del suelo.
La sobreexplotación de acuíferos ha llevado a la disminución de los niveles de agua subterránea, afectando la agricultura y la vida rural. En provincias como Sistan y Baluchistán, la escasez de agua ha obligado a miles de familias a migrar hacia áreas urbanas en busca de mejores condiciones de vida.
Para abordar esta crisis, el gobierno ha implementado medidas como la reducción del consumo de agua en la agricultura y la industria, y la construcción de infraestructuras para la transferencia de agua desde el mar de Omán a provincias centrales. Sin embargo, expertos señalan que estas acciones son insuficientes y que se requieren reformas estructurales en la gestión del agua y la planificación urbana para garantizar la sostenibilidad a largo plazo.
La situación actual subraya la necesidad de una gestión eficiente y sostenible de los recursos hídricos en Irán, así como la importancia de adoptar prácticas agrícolas y urbanísticas que respeten el equilibrio ecológico y aseguren el bienestar de la población.