Los gatos, a pesar de los siglos compartiendo nuestros hogares, conservan instintos de cazadores independientes. Comprender sus comportamientos, como el lamido, nos conecta con su naturaleza. El veterinario Carlos Gutiérrez expone cuatro teorías sobre este gesto.
Una de las teorías sugiere que el lamido es un remanente de la infancia felina. Las madres acicalan a sus crías para fortalecer el vínculo, un hábito que puede extenderse a la edad adulta. Al lamer a un humano, el gato lo integra en su "manada", mostrando confianza y afecto. Este comportamiento, conocido como "allogrooming" o acicalamiento mutuo, es una señal de lazo social, similar a cuando los gatos se lamen entre sí para reforzar su relación.
Otra razón es la curiosidad. La piel humana, con su sabor salado o los residuos de lociones, puede resultarles atractiva. El lamido también puede ser un mecanismo de auto-calma. Los gatos, sensibles a los cambios y ruidos, pueden lamerse a sí mismos o a sus cuidadores de forma compulsiva en momentos de inseguridad o estrés, percibiendo a sus dueños como un refugio seguro.
Finalmente, el lamido es un gesto que fortalece los lazos sociales. Más allá de la higiene, refuerza la relación dentro de un grupo, de manera similar al "amasado" con las patas. Este comportamiento, junto con el frotamiento de cabeza y el parpadeo lento, son indicadores de un vínculo afectivo. Estudios indican que los gatos muestran una mayor respuesta de orientación hacia sus dueños, e incluso su presión arterial y ritmo cardíaco aumentan al interactuar con personas vinculadas a ellos. Comprender estas acciones permite profundizar la relación con nuestros compañeros felinos, ofreciéndoles un entorno seguro y enriquecedor.