Los niños a menudo buscan desafíos que coincidan con sus habilidades, como lo demuestra su preferencia por trepar en lugar de usar las escaleras de un tobogán. Este comportamiento resalta la importancia del juego auténtico en el desarrollo infantil. El juego no estructurado, donde los niños deciden cómo, cuándo y qué jugar sin intervención adulta, es un motor clave del aprendizaje.
Este tipo de juego fomenta las funciones ejecutivas, incluyendo la planificación, la autorregulación y la atención sostenida. Estas habilidades son cruciales para el éxito académico y el desarrollo individual general. Por el contrario, cuando la tecnología dicta las actividades, los niños se vuelven pasivos, fragmentando su atención y perdiendo el control de su aprendizaje.
La educación debe priorizar el valor intrínseco del conocimiento, el arte y el juego. El modelo tradicional, conductista, que se centra en la memorización y la autoridad jerárquica, a menudo conduce a estudiantes desmotivados. Los recientes avances en neurociencia educativa, respaldados por organizaciones como la OCDE, demuestran que el enfoque de 'más es mejor' es un concepto erróneo.
Países como Finlandia, que retrasan la educación formal hasta los siete años y enfatizan el juego, logran consistentemente altos resultados en el informe PISA. El aprendizaje debe surgir del interés genuino del niño, fomentando la motivación, la creatividad y la innovación. Al abrazar el juego no estructurado y respetar el desarrollo natural del niño, podemos cultivar individuos completos, capaces y verdaderamente educados.